lunes, 19 de agosto de 2019





ZAPOTES





Hoy vi a un “ventero” vendiendo zapotes blancos, estaban tan bonitos que pude sentir su aroma … sin querer, me transporté a mi infancia, cuando iba a casa de Mamatina, ahí los árboles frutales estaban por montones en el amplio patio de su casa. 

Tenía 3 o 4 “matas” de zapote y de ésas, el más grande, estaba a la salida de una de las habitaciones. Eran árboles añejos, tal vez sembrados desde la semilla, pues en ese entonces casi no se hablaba de “injertos”. En época de cosecha, los más intrépidos de los primos se subían a la mata y los bajaban con sus propias manos; pero los árboles eran tan grandes, que “Mochina” y Tere (las acompañantes de mi abuela) utilizaban el bajador para obtener la fruta. 

Una vez que se habían recolectado los frutos, se ponían encima de una lámina gruesa. Se separaban los maduros de los que no lo estaban, y de éstos últimos, se hacía una nueva selección por tamaño. 

Después se preparaban las cajas de cartón. Mi abuela escribía en hojas de papel, con su hermosa letra manuscrita, el nombre y dirección de los parientes que vivían en otras ciudades. Nunca la vi consultar alguna libreta, simplemente, guardaba las direcciones en su memoria y las transcribía sin esfuerzo alguno. Se pegaban después con Resistol 850 (el de galón, por supuesto) y se colocaban en las cajas no sin antes escribirle la palabra “ocurre” que ponía de manifiesto, que el destinatario iría por la caja a la estación de autobús de su localidad.

Dentro de cada caja, se colocaban con cuidado los hermosos zapotes, los más grandes y bonitos, pues a través de ellos Mamatina les hacía sentir a sus seres queridos cuánto los quería y extrañaba. Después se flejaban con soga delgada de sosquil de modo tal, que incluso se pudieran sujetar de aquellos amarres. Luego el maletero –a quien todos conocían con el sobrenombre de “payaso”- era el encargado de poner las etiquetas de autobús y subirlo a las unidades respectivas.

La recompensa llegaba en las semanas siguientes, en forma de una nota de agradecimiento, una carta y algunas veces una llamada por medio de operadora. Mi abuela sonreía y esperaba paciente la próxima cosecha.

Nosotros en tanto, disfrutábamos de la fruta madura, a veces a mitades, otras más en “refresco” (que nos pegaba los labios, por cierto) y rememorábamos la época en que mi abuelo fue contratista chiclero.
Hoy muchos jóvenes no saben que del árbol del zapote se extrae el chicle, y de todas las penurias que pasaron nuestros antepasados para extraerlo de la “montaña”, del monte mismo …
Gracias “don ventero”, más que ofrecer los zapotes, me llevaste a un increíble viaje hacia mis recuerdos. (Yo)

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