martes, 27 de agosto de 2019

NINIOS




Así, “NINIOS”, infantes, "dziritzes" de Yucatán. Los hay de todos colores, tamaños y complexiones; los hay de todos los estratos sociales, con familias disfuncionales o no, huérfanos, adoptados, legítimos, sin nombre …. Todos los que un día serán como tú y yo nos vemos ahora.
Conocí a un grupo de 4 de estos queridos “ninios” en mi visita a UAYMA.  Al vernos, se nos acercaron sonrientes saludando formalmente con la mano extendida.  Dijeron rápidamente sus nombres de pila y ofrecieron contarnos la historia del templo, del cenote y la leyenda de Lolita.
Más por encandilamiento que por otra cosa, les pedí nos narraran la historia del templo.  Arrebatándose el turno en la palabra, relataron con precisión las fechas de construcción, destrucción y reconstrucción del santuario.  Después orgullosos señalaron en la parte media del templo, un pequeño ídolo maya incrustado en la fachada, - los mayas, nuestros antepasados, se burlaron de la fe de los españoles, pues ellos en realidad, seguían adorando a sus Dioses al entrar al templo católico que ellos mismos construyeron con sudor y sangre-, dijeron.
Luego señalaron la figura del “águila bicéfala” que orgullosa se yergue en la fachada: -¿saben lo que significa bicéfala?- nos preguntaron.  Para conocer su respuesta, les dijimos no saber, así que rápidamente el más pequeño de ellos dijo –provine del chino-, inmediatamente recibió un “lapo” del chiquillo mayor, -¡no!- no es del chino, es del latin (así sin acento)- replicó otro más. No pudimos reprimir una sonrisa, el chiquillo se apresuró a decir,  -significa de dos cabezas, una mirando al pasado y la otra hacia el futuro. Dicen que es sabia-, remató.  Después señaló un orificio, que dijo, es el ojo maya que vigila al pueblo.
Tocó el turno al Benjamín del grupo, y él habló de “Lolita”, una madre que en la antigüedad vio partir a su hijo hacia los Estados Unidos en busca de mejor fortuna. –“Se fue con los “gringos”- dijo otro de los ninios. Según su relato, la pobre mujer falleció de pena y su espíritu permanece en los alrededores del templo (pues a un costado se ubicaba el cementerio del pueblo, en aquellos tiempos). Luego afirmó:  –dicen que el hijo regresó un día y se enteró de la muerte de su madre, fue al templo a rezar y desde entonces ella se aparece algunas veces, esperando de nuevo la visita de aquél a quien ya no pudo abrazar más-.
Ya nerviosos porque cada vez se arrebataban más el protagonismo de relatar lo acontecido, les dimos una pequeña propina que iluminó sus rostros y que sin embargo con serenidad acordaron se le entregara al mayor de ellos en custodia –para repartirnos el dinero después-, dijeron.
El hermoso templo es testigo de la belleza del relato de aquellos “ninios”, de su apuro y necesidad de contribuir en el hogar y su emoción por contagiar a quien los visita, del amor a su cultura y a su gente.
Hermoso regalo de vida … Mejen paalaloʼob kiʼimakkúunt u yóol Dios.


lunes, 19 de agosto de 2019


HUMANOS





En la actualidad nada es totalmente femenino ni nada totalmente masculino ... a eso se le llama igualdad. 

Así hombre y mujer visten de colores diversos, de olanes, alforzas, de ropa pegada al cuerpo, de ropa holgada, de escotes, de tacones o “flats”, con accesorios o sin ellos, con el cabello cortísimo o bien, largo y anudado en una “cola” o despeinado, trenzado o muy parado, de colores cálidos o fríos, lacios o muy rizados, calvos, rapados o llenos de rastas. Caleidoscopio de gustos que podemos observar y disfrutar en cada paso que damos. 

Los humanos complicados pretendemos ser simples pero originales, elegantes pero casuales, únicos pero modernos, inolvidables pero comunes; difíciles como siempre pero altamente vulnerables. Teo tan solo observa “encaramado” en un huacal floreado, disfrutando de vernos ocupados en nuestros quehaceres de “imagen”, elucubrando que no llegará el día en que amemos nuestra simplicidad tal y como él lo hace. (Yo)



RETRATO



Cuando era niña veía con curiosidad el retrato grande en la pared de casa de Mamá Tina. Era de fondo en tonos azules y verdes; tenía 3 rostros: el de ella, el de mi papá y el de mi bisabuela. Los tres con rostros adustos, él de traje y bigote, ellas elegantes y enjoyadas con una soguilla dorada de imágenes religiosas -mamita Rosa nunca usó soguilla alguna, así que el ornamento fue de la imaginación del autor-. Al parecer esos “retratos” eran la manera de plasmar la posición social de la época y contribuir a la escasa fotografía de aquél entonces. 

Ví grandes retratos en las salas de las vetustas casonas de mi lindo Calkiní, y en alguna que otra revista en la que se miraba la casa de algún artista; retratos de boda, de de familias completas, de hermosas damas y de guapos galanes. Recuerdo con cariño el retrato de mi abuelo paterno en la casa de paja mi tío Mayo, resaltaban en él sus hermosos ojos azules y su blanca piel; el artista que lo inmortalizó olvidó vestirlo de mestizo con almidonada prenda de botones dorados, lo pintó de saco en color obscuro. Desafortunadamente no aparece a su lado mi abuela Rosa -sí Rosa es el nombre más común en toda mi genealogía-. 

En los retratos pocas veces era visible la firma del autor de aquella obra; al parecer era como un oficio más de aquellos tiempos. Los colores demasiado opacos hacían pensar que no eran reales aquellas miradas y esos gestos. Nunca ví una fotografía que hubiera servido de modelo al artista, pero sí observé algunos retratos de quinceañeras a las que que pude ver durante mi niñez. 

Para mí el retrato significa revivir viejos tiempos, mirar en los recuerdos aquellos rostros otrora llenos de vida, tan reales,hoy etéreos, inmortalizados en el lienzo de un desconocido artista que sin saberlo, dejó la huella de los ancestros en nuestro presente, y en el futuro incierto. Ya no es común hacerse un “retrato”, pues cada vez es más sencillo -y barato- sacar una buena fotografía de los seres queridos y de los buenos ratos; lo siento por nuestros descendientes, la vertiginosidad en los cambios tecnológicos tal vez no les permitan el placer de observar un retrato de familia, descansando en antigua mecedora de madera de la sala de una de las bisabuelas...

Teo tiene retrato, inmortalizando un poco de su belleza para dejar su presencia en la casa de “sus” humanos cuando él falte -a falta de descendencia propia-; la autora es una estudiante de artes visuales especializada en retratos de mascotas, quien lo diría? Vueltas que da la vida. (Yo).


PRISIÓN



A veces uno elige estar en una prisión; la falta de amor propio, la ilusión perdida o la deseada quimera te aferran a aquello que no te permite ser libre, ser tú mismo, sin cadenas ni ataduras.



No es el caso de mi Teo, él ocupa la prisión porque sabe como salir de ella. Como buen felino, adora el placer de acomodarse en un espacio pequeño -y si es en forma de caja, mil veces mejor- para observar el mundo, que es "su" propiedad. 

En su mirada, postura y actitud se refleja cuán importante y amado se sabe. "Sus" humanos lo proveen y procuran y él se da el lujo de elegir cuándo recibir tantas atenciones.

Dicen que el amor del gato es egoísta, pero en realidad nos enseña sobre la importancia de ser libre, de confiar en quien nos ama, pero sobre todo, que cuando alguien se ama a sí mismo, el amor del prójimo se da por añadidura. (yo)


DÍA DOMINGO



Los domingos de mi niñez en Calkiní, tenían un itinerario común: ir a misa de 10 y luego acompañar a mi mamá a su visita al cementerio. Nunca me ha parecido triste ni tenebroso el camposanto. Mi mamá y mi abuela me enseñaron con su ejemplo, que se visita con alegría a aquellos que se nos adelantaron, así como si siguieran con vida, pero domiciliados en aquel espacio. 


Iniciábamos la ruta pasando con doña Tina Casanova por las veladoras -casi siempre llevábamos las que estaban envueltas en papel de china de colores- y por supuesto, una cajita de cerillos . Mi papá había ido temprano al mercado o traía desde Mérida las flores que colocaríamos a nuestros muertos.

El cementerio de la ciudad iniciaba con imponente arco enrejado, dejaba ver un camino rodeado de mausoleos y criptas hasta la pequeña capilla. Mucha gente acudía a lo largo del día. Todos ocupados en limpiar un poco los nichos y después acomodar con cuidado flores y veladoras llevadas para la ocasión. 
Había que “hacer cola” para lavar vasos y/o latas tomadas de las tumbas –a veces en “préstamo”, a veces las propias- para poner esas veladoras de papeles coloridos y las hermosas flores. Si llevábamos una cubeta, mantenerla llena era todo un desafío, pues del pozo a la tumba, con el peso y el ritmo, difícilmente conservaría la mitad de su contenido.


En tanto se hacía la piadosa tarea, era común encontrarse con familiares y amigos que hacían lo propio. Se añadía entonces el pequeño disfrute de saludarlos o conversar un poco con ellos, conociendo las novedades ocurridas durante los últimos tiempos.

En mi ociosidad de niña, me encantaba leer las lápidas y conocer un sinfín de nombres que se usaban de antaño: Marciala, Saturnina, Mamerta, Rosendo… Me gustaba también calcular los años vividos de cada difunto y “saber” que se habían casado muy jóvenes o que sus parejas les llevaban muchos años, que partieron a temprana edad, o bien muy ancianos.

Siempre había gente rezando, algunos eran familiares de los difuntos, pero otros se desempeñaban en ese oficio y eran muy solicitados.

Resultaba inevitable pasar por el espacio en el que se veían algunas cajas deshechas, de madera “podrida” y colores “destintados”. Oí decir que ahí se pasaban los restos de los muertos, del ataúd a la urna (que en ese entonces solo era una especie lata de aluminio con tapa), y que al menos un familiar debía estar presente cuando el sepulturero realizaba la exhumación y el conteo de huesos. Eso sí me parecía macabro.

La mayoría de las tumbas tenía una especie de casita encima, en la cual se resguardaba la llama de las veladoras. Casi no había lápidas, pero se dibujaba con letra “gótica” en color negro, el nombre del difunto y las fechas de nacimiento y deceso.

Después de visitar la tumba de los difuntos de la familia: los consanguíneos, los que no y hasta aquellos “ilegítimos” o de otros apellidos -que sin embargo, eran parientes- nos encaminábamos hacia la puerta para salir y aprovechar que invariablemente, estaría un paletero, un heladero o un raspadero, para saciar la sed que tal ejercicio nos había dejado.

La muerte así, no se percibe atemorizante. Quienes se nos adelantaron viven por siempre en nuestro recuerdo a la luz de la veladora que simboliza, que seguiremos con ellos, aún estando entre los muertos. (Yo).




ZAPOTES





Hoy vi a un “ventero” vendiendo zapotes blancos, estaban tan bonitos que pude sentir su aroma … sin querer, me transporté a mi infancia, cuando iba a casa de Mamatina, ahí los árboles frutales estaban por montones en el amplio patio de su casa. 

Tenía 3 o 4 “matas” de zapote y de ésas, el más grande, estaba a la salida de una de las habitaciones. Eran árboles añejos, tal vez sembrados desde la semilla, pues en ese entonces casi no se hablaba de “injertos”. En época de cosecha, los más intrépidos de los primos se subían a la mata y los bajaban con sus propias manos; pero los árboles eran tan grandes, que “Mochina” y Tere (las acompañantes de mi abuela) utilizaban el bajador para obtener la fruta. 

Una vez que se habían recolectado los frutos, se ponían encima de una lámina gruesa. Se separaban los maduros de los que no lo estaban, y de éstos últimos, se hacía una nueva selección por tamaño. 

Después se preparaban las cajas de cartón. Mi abuela escribía en hojas de papel, con su hermosa letra manuscrita, el nombre y dirección de los parientes que vivían en otras ciudades. Nunca la vi consultar alguna libreta, simplemente, guardaba las direcciones en su memoria y las transcribía sin esfuerzo alguno. Se pegaban después con Resistol 850 (el de galón, por supuesto) y se colocaban en las cajas no sin antes escribirle la palabra “ocurre” que ponía de manifiesto, que el destinatario iría por la caja a la estación de autobús de su localidad.

Dentro de cada caja, se colocaban con cuidado los hermosos zapotes, los más grandes y bonitos, pues a través de ellos Mamatina les hacía sentir a sus seres queridos cuánto los quería y extrañaba. Después se flejaban con soga delgada de sosquil de modo tal, que incluso se pudieran sujetar de aquellos amarres. Luego el maletero –a quien todos conocían con el sobrenombre de “payaso”- era el encargado de poner las etiquetas de autobús y subirlo a las unidades respectivas.

La recompensa llegaba en las semanas siguientes, en forma de una nota de agradecimiento, una carta y algunas veces una llamada por medio de operadora. Mi abuela sonreía y esperaba paciente la próxima cosecha.

Nosotros en tanto, disfrutábamos de la fruta madura, a veces a mitades, otras más en “refresco” (que nos pegaba los labios, por cierto) y rememorábamos la época en que mi abuelo fue contratista chiclero.
Hoy muchos jóvenes no saben que del árbol del zapote se extrae el chicle, y de todas las penurias que pasaron nuestros antepasados para extraerlo de la “montaña”, del monte mismo …
Gracias “don ventero”, más que ofrecer los zapotes, me llevaste a un increíble viaje hacia mis recuerdos. (Yo)



LENTITUD



De esta vida tan de prisa estoy reaprendiendo a ser lenta… Trotar de madrugada y con parsimonia en un parque cercano es un placer de pocos. Sí, muy temprano, cuando aún no aclara en el firmamento. Hay gran recompensa en ello, muevo mi cuerpo, saludo a los madrugadores que como yo, ven muchos beneficios en abandonar la cama (o la hamaca) para disfrutar de la calma, del aire limpio, del parque vacío y sobre todo, de los saludos de buenos días que sin importar quién eres, como vistes o de dónde vienes, recibes de todos aquellos que compartimos el momento.


A veces observamos la luna en toda su inmensidad, en otras tantas, vislumbramos los bellos colores que el sol refleja en el cielo cuando hace su aparición, y en otras pocas, recibimos gotas de lluvia en la piel.

Cuántos placeres escondidos en la enorme posibilidad de oír nuestros propios pensamientos en cada vuelta, en cada paso, en el observar las aves y las consecuentes confabulaciones felinas; en cada respiro,en sentirse vivo …

Conforme el sol sube, el parque se va llenando de gente, el silencio deja su lugar a la charla agitada de los amigos y la prisa se hace presente. Es entonces cuando abandono el placer, regreso a la vertiginosa vida llena de ocupaciones, en la que cada quien siente que no hay nada más que el yo, el aquí y el ahora … solo queda esperar con paciencia la nueva madrugada, en el que la lentitud me llene de placeres.

Yo.