martes, 28 de julio de 2020

Sostenerse casi en vilo



En mi localidad es costumbre echarse una pestañita después del alimento principal. La siesta del perro, la hora del descanso o simplemente siesta, hasta hace algunos ayeres sumergía a Yucatán en un sopor que incluía el cierre de comercios y el vacío de las calles.
Con la modernidad, y el trabajo fuera de casa, hoy la mayoría de los adultos tienen que privarse de ese deleite; mismo que es retomado en vacaciones, la playa o bien, los fines de semana libres. A los niños se les sigue inculcando la siesta -sobre todo en las estancias y guarderías-, pero conforme van creciendo, dejan también esa costumbre para usar tecnología, hacer tarea, o ir a alguna de sus actividades deportivas, culturales o recreativas.
Con el bochorno de Yucatán, ¿quién puede resistirse a patear un poco la pared, para lograr el delicioso vaivén arrullador de la hamaca? Me atrevo a decir que ni uno solo de los yucatecos. Aquellos cuyas actividades les privan de tal deleite, se echan esa “pestañita” sentados, recostados en el suelo o aparragados en algún rincón… pero nada sustituye a la hamaca.
Aún aquellas hamacas tejidas a manera de red, con zozquil, eran muy cómodas. Además de las de hilo, las hay ahora de tela, lo mismo que variaciones que las alejan de la pared como aquellas que se hacen para los turistas y decoradores, en forma de columpios. También para agradar al turismo, se han ideado sillas y taburetes que tienen un cacho de hamaca, o una diminuta versión de ella. En casa tenemos una de estas versiones, y en lo personal, me gusta estar en ella cuando me es imposible “encaramarme” en mi hamaca. Mi Teo descubrió que la silla-hamaca es cómoda y tiene la ventaja de no tener que esperar que se la descuelguen o hurtársela a quien se descuide; así que pasa su siesta del perro (aún siendo gato) en la comodidad de ese mueble.
Solo los peninsulares entendemos el placer de estar casi en vilo, sostenidos por los hilos entretejidos por las hábiles manos de un diestro artesano. La hamaca recoge el cansancio, sueños y descanso de la gente de mi Yucatán. Es cuna, cama y mortaja de quien conoce el placer de acostarse entre hilos de colores, cerca del suelo pero en el cielo mismo de sus pensamientos.
Yo.

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Pandemia y yo



El título de este relato no tiene nada que ver con la magistral obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Sin embargo, me permite contar lo acontecido con este virus que encontré en mi vida, y aunque no lo quiero tanto como su dueño a Platero, es sin duda un personaje fundamental en mi relato.
Querido coranavirus (aunque lo dudes, eres importante, eres un gran maestro), llegaste a mi vida sorprendiéndome; con tu arribo y el confinamiento exigido, llegaba el tiempo largamente aguardado de convivir con la familia, arreglar la casa y poner en orden todo aquello que alguna vez postergué. Leí un libro casi cada día, hasta que acabé de leer los que tenía en espera y de repasar aquellos a los que les guardo un cariño especial. Ví muchas series de varias temporadas, y un sinfín de películas. Comí todo aquello que solo me permito comer en vacaciones, puse en práctica habilidades culinarias, de mantenimiento y manualidades que por falta de tiempo, estaban en algún lugar escondidas. Aprendí un poco más de la tecnología y continué con clases en línea, tanto por trabajo, como por estudio.
Con el correr de los días intenté ser fit e inicie rutinas, comida casi saludable y decidí poner chula mi casa. Cuidé del jardín y acicalé a las mascotas. Todo hasta aquí fue ganancia y mejora continua, pero con el transcurso de los días, descubro que la tecnología me parece esclavizante; estoy con ella más horas de las que me gustaría, por trabajo, por estudio y por placer (casi como las 3 veces que engañó Paquita la del barrio).
Ahora recuerdo que no me agradan las rutinas de ejercicios (por eso prefiero las caminatas), la cocina me parece un trabajo interminable, pues los trastes se multiplican indefinidamente. La casa es incapaz de mantenerse limpia con la gente que vive en ella. He comprado tantas cosas en línea, que ya no se dónde achocarlas. Me he cansado de contar los días para salir de nuevo como antes y ya no tener que hacer inmensas colas en el súper para esperar entrar y hacer mi compra en fast track (aunque para pagarla tenga que esperar mucho más tiempo del que cualquiera pueda imaginar). Confieso que he defendido a los que salen a la calle, porque se que muchos deben trabajar para poder llevar algo a su hogar, pero también he criticado a quienes salen para conversar, estar de fiesta o de compras innecesarias.
He sido activa de las redes sociales, pero también me he apagado en ellas. He disfrutado mi tiempo de soledad y el silencio, pero también ansío regresar al bullicio de una ciudad que duerme poco. He regresado a las siestas, pero también al insomnio de tanto pensar y pensar en lo que viene.
Me he alegrado de la primera ola, y me he asustado con las medidas nuevas de confinamiento. He leído todo sobre la pandemia, desde lo científico hasta el impacto económico, de salud, social e histórico. Me acongoja el incremento de casos y me sorprende ver las condiciones de trabajo de quienes están en labores de salud. Me asusta la posibilidad de ser parte de la estadística. Me entristece saber de las personas fallecidas, de lo que se dice de la población y sus hábitos. Me preocupa la economía y la escasez. Me he acercado un poco más a mi fé, pero estoy consciente de que solo cuidándome y haciendo mi parte, podré realmente contribuir a la solución.
¿Qué viviremos juntos para siempre? Pues espero que como en cualquier relación, sepas que todo depende de un hilo, si tú jalas, cedo yo, y si yo jalo, cedes tú, si no deseamos que se rompa. Que para que dos no peleen, con uno que no quiera basta y que debemos respetarnos y amarnos tal como somos.
Nuestra relación no ha sido miel sobre hojuelas, pero debo reconocer que tampoco ha sido violenta. Me has enseñado y aún me enseñas, que traes cosa buenas y malas; que contigo es posible identificar diferencias sociales, culturales y económicas. Que lo importante no es de dónde provienes, quien te creó o quién te envió. Lo importante es que estás y estoy; lo demás depende de los dos o hasta que la muerte nos separe.
Yo.

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Leales


Hay algún placer más bello que remontarse al ayer tan lejano y etéreo que nos hizo felices de ser, de estar, de vivir, de disfrutar?
Hoy con la lluvia, vinieron las ganas de un café, y para acompañarlo, en la tienda cercana hallé un tesoro: “Leales “, las humildes y sencillas galletas con forma de animales, que llenaban las cenas de chocolate en casa de mi abuela. No son “animalitos”, son su versión muy yucateca con el plus incluido de permitirte hacer volar la imaginación. Era una pequeña niña que apenas sobrepasaba el rústico mostrador azul y de madera, en la tienda de Raúl Castellanos. En grandes recipientes de cristal, casi como latas “cuadradas” sobre el mostrador estaban acomodadas galletas leales, triángulos y gruesos bizcochos dulces. En las alacenas de la pared se estibaba el resto de la mercancía, generalmente contenida en pitas de henequén o en sendos recipientes de lata y cristal. Los chicles y dulces, así como las galletas, eran el infantil manjar. A veces, cuando caía la noche, me apuntaba para el mandado para comprar harina, azúcar, salvado, frijol o alguna especia, pues disfrutaba el ambiente antiguo de la casona que albergaba la tienda, la luz amarilla y tenue que la iluminaba, la bulla de la gente que pedía en el mostrador además de aprovechar cobrarme el mandado con un peso de leales. La tienda en la esquina, sobre la calle 20, era una casona de época, con arcos de piedra, amplia y de techo alto; el propietario Don Raúl era muy serio, con gruesa voz preguntaba qué querías cuando llegaba tu turno; empaquetaba en envoltorios de papel de estraza las medidas del producto que solicitaste. Con gran destreza y velocidad pasmosa, te entregaba los envoltorios, una vez que recibía el pago. Me tocaba luego, aligerar el paso para llegar a casa, pues entre la noche, la luz escasa y el ruido del ADO, a más de un chiquillo se le hacían “alas” en los pies. Ya en casa de Mamá Tina, mi mamá preparaba el chocolate caliente y hacíamos “Chuc” con las galletas. Cuántas aventuras con las palomas, los elefantes, camellos, conejos, caballos y pescados (que eran las figuritas de las Leales) imaginaba antes de que sucumbieran enchumbados en el espesor de la bebida y dentro de mi garganta... humildes galletas que me llenan de nostalgia e inundan mi alma de gozosos momentos de infancia en que disfrutaba del calor de hogar, tradiciones y gente de mi buen amado Calkiní...gracias lluvia por hacerme tan feliz.

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Triduo


Ayer mi mente regresó en el tiempo permitiéndome revivir hermosos ayeres llenos de cariño y devoción. Al iniciar el Triduo Pascual viajábamos a Calkiní, y nos preparábamos para asistir a la misa de lavatorio... Los chiquillos procurábamos acercarnos lo más posible al altar para ver cómo el sacerdote lavaba los pies a los afortunados apóstoles de aquél ciclo (a veces adultos mayores, otras veces adultos jóvenes y alguna vez, adolescentes). Que grande se veía aquél gesto! Realmente sentía que Jesús regalaba mucho más que su servicio en aquél humilde acto. Siempre me sentí un poco decepcionada de no poder ser un apóstol como ellos, para poder ser partícipe de aquella conmemoración. Después apóstoles, representantes de las legiones y adoradores se retiraban al sagrario para iniciar la vigilia ante el Santísimo. Los chiquillos nos asomábamos para “acechar” un ratito y después salíamos para disfrutar del parque y los juegos, también de un “saborín” cuadradito o bien, si era posible, de unos panuchos con la sidra Pino o el Soldado de chocolate.
El viernes por la mañana nos íbamos al Viacrucis; como había donde elegir, algunas veces asistimos al barrio de San Luis, otras a Kukab, a San Martín, la Candelaria, o la Concepción, que eran los barrios más cercanos al centro; alguna otra vez, esperamos en la puerta el paso del Viacrucis viviente que generalmente partía en la salida hacia Dzilbalché. Qué bonito era asistir desde el momento de la reunión en el sitio elegido! La gente se saludaba con afecto y muchas veces, los más devotos, inclusive repartían vasitos con Saká o Pozole. Poco a poco caminábamos detrás del triciclo del sonido y la cruz de madera que se turnaba para cargar alguno de los asistentes; parábamos conforme se daban las estaciones, y desde el más pequeño hasta el mayor, devotamente hacíamos la señal de la Cruz en el piso (el pavimento, generalmente),nos hincábamos a veces en el suelo, otras sobre un cartón llevado para la ocasión y rezábamos la oración respectiva. Después continuábamos la caminata con -“Perdón oh! Dios mío, perdón indulgencia...”- bajo el ardiente sol y esquivando las sombrillas de las señoras de la multitud.Al llegar a la Iglesia principal (San Luis Obispo) muchos se adelantaban a entrar para ocupar un lugar en las bancas del templo, otros corrían hacia el ventero de granizados o el de paletas, pero otros más, permanecíamos esperando la entrada de la Cruz del barrio con la que veníamos. Cuánta devoción se sentía de ver llegar la cruz de cada uno de los barrios con la procesión de gente respectiva! Al llegar el Viacrucis viviente corríamos a ver la representación de la crucificción en el atrio y posteriormente, escuchar las 7 palabras. Recuerdo haber llorado más de una vez, al escuchar la pasión de Cristo y haberme impresionado con la subida, entre el sonido de matracas, del Cristo de yeso a la Cruz principal del templo. Los señores encaramados en altas escaleras, sujetaban con lienzos la imagen, hasta colocarla en la cruz al pie del altar. Sonidos que guardo en mi mente y en mi corazón.
Después de ir a comer, regresábamos a los oficios de viernes Santo. -“Mirad el árbol de la Cruz-“era el cántico que nos indicaba la hora de adorar el crucifijo para lo cual se hacía larga cola. Luego, la comunión, que era otra fila inmensa, para después esperar un poco más ya sea en el parque principal o en casa, la hora de regresar al templo y salir con la imágen de la dolorosa y el santo sepulcro a la procesión en el Rosario de pésame. De nuevo se escuchaba el sonido de matracas y con solemnidad, el gentío bajaba desde la Iglesia hasta darle una vuelta completa al centro para regresar de nuevo y dejar ahí el Santo sepulcro en espera de la resurrección del Señor. Cómo recuerdo los hermosos caireles de flor de Mayo blanca con que se adornaba el ataúd donde yacía el Cristo de yeso de mi Calkiní, los olores del incienso y los rezos del rosario de pésame, la multitud avanzando en silencio y vestida con colores obscuros, acompañándose en la tristeza del momento. Todo el viernes santo, lo pasábamos en la Iglesia y lo disfrutábamos, por la devoción, la tradición y porque veíamos a toda la familia extendida, a los amigos y conocidos, pues casi todo el municipio estaba ahí reunido. Al finalizar, regresábamos al inmenso parque a conversar, a cenar, o solamente a disfrutar del fresco del aire ahí.
El sábado por la noche, ir a la Iglesia con nuestras velas de parafina y nuestros cubos de agua, era toda una aventura. Se apagaban las luces del templo y el sacerdote iniciaba la oración para el cirio pascual y el fuego. Después encendíamos las velas haciendo mágico el momento que se complementaba después con el vuelo de las campanas y el cántico alegre del gloria de resurrección. Hermosos momentos de dicha en que nos dábamos abrazos sinceros de alegría, con cariño y respeto a todos aquellos que estábamos cercanos en el templo. Al finalizar la misa, corríamos atrás de la Iglesia para esperar la bendición de los cubos de agua (y tener la suficiente agua bendita para todo el año), luego ir de vuelta a nuestras casas para descansar y esperar el domingo para asistir a la misa de acción de gracias. Todo un devocionario que esperaba y disfrutaba año con año; para mí, esas eran mágicas vacaciones, pues tenía la enorme oportunidad de ver a todos mis amigos, a mi mamá Tina, tíos, primos y conocidos; disfrutaba del parque, de los saborines, paletas granizados, del bacalao que guisaban mi mamá y mamá Tina, del agua de marañón, del pozole y del Saká.
Hoy todo fue distinto, no solo por la pandemia, sino porque ya hace muchos ayeres que no paso los días santos en Calkiní. Cuánta riqueza cultural y humana recibí de mis padres que me llevaban ahí, a vivir afortunados momentos. Gracias Lita y Varón por darme esa infancia y adolescencia tan especial.
Yo

lunes, 20 de enero de 2020

Hermanos

Con el juguete de Teo


Cuando llega un nuevo hermano a tu vida se enfrentan muchas emociones, desde la alegría de conocerlo e imaginar que un día será buen compañero de aventuras, hasta la tristeza de ver que lleva mucha de la atención que antes era solo tuya.  Compartir es una palabra que empieza a adquirir un significado que daña un poco la autoestima. Todo lo que a este nuevo ser se le ocurre, llama la atención de los demás y por si fuera poco, se entromete en lo que haces, quiere todo el tiempo jugar y si intentas ponerle un “estate quieto”, eres tú quien se lleva la llamada de atención porque dicen, debes dar el ejemplo.
Rendidos por la batalla
La nueva hermana de Teo, Camila, es una gladiadora en extremo; proviene de las calles y por tanto, es aguerrida luchadora, no le importa ni el tamaño ni la antigüedad de Teo.  Traviesa y loca, es capaz de robarle comida, juguetes y hasta su caja de arena. No respeta descansos ni espacios, y por si fuera poco, se va adueñando poco a poco de sus humanos.
Que difícil es ser un hermano mayor, que complicada se vuelve la vida cuando llega ese endemoniado pero angelical ser, a la familia … Pero, por alguna razón, Teo está más tiempo en casa. Ha enseñado a Camila a usar la puerta de mascotas; no se aleja mucho de ella, aunque cuando cree que no lo ven se atreve a reprenderla por sus alocadas manías, pero también le comparte de su comida favorita. Es buen presagio, llegarán a ser inseparables y se amarán tanto como los humanos queremos a nuestros hermanos…Espero.

lunes, 28 de octubre de 2019

FRESCO


En la blanca Mérida, se siente ya el tiempo de finados.  Amanece con neblina y la temperatura ha descendido unos cuantos grados (no muchos, pero al menos ya no estamos a 40).  Los humanos desempolvan sus chamarras, sweaters y cobertores.  Bufandas y gorros que hace un tiempo compraron en algún lugar, las “mangas largas” y  la ropa gruesa de invierno, empieza a desfilar.

Aparecen algunas botas de moda, sin embargo, las chanclas y sandalias siguen siendo el calzado principal -pero con calcetines y calcetas– por aquello del friito. Los jóvenes gustan de vestir de shorts y pantalones “rotos” por todos lados, pero eso sí, bien abrigados con chamarra, sweater y bufanda.

Mis humanos también se vuelven locos, pues creen que al bajar la temperatura, los gatos tenemos frío. Así que me disfrazan con gorro y bufanda sin importar que tengo suficiente pelaje para no sufrir por su “descenso” de temperatura (mi rostro expresa lo que siento cuando hacen eso).

Cosas que solo pasan en mi Yucatán, donde se vive sin duda, en “otro mundo”.

TEO

viernes, 18 de octubre de 2019

ACTIVIDAD


Desde hace ya algún tiempo, los humanos preocupados por su vida altamente sedentaria, decidieron ejercitar su cuerpo.  Hoy en día pueden verse gimnasios por doquier, e incluso hasta en los parques se han instalado aparatos para ejercitarse.  En las calles muy temprano -o muy de noche- se ve a personas caminando, trotando o corriendo alrededor de un parque, una cancha o incluso hasta recorriendo el pavimento.  Otros practican algún deporte o juegan “una cascarita”,  algunos más participan en carreras y caminatas recreativas.

Nosotros los gatos no necesitamos nada de eso.  Simplemente no dependemos de la tecnología , ni nos plantamos absortos ante una pantalla, preferimos salir a explorar, y la más grande aventura puede ser desde ir tras un pequeño insecto, cazar una simple luz, molestar a un can o huir del vehículo que se acerca. 

Para salir, saltamos obstáculos, escalamos muros, nos escabullimos en angostos espacios o simplemente maullamos para que alguien más nos abra una puerta o ventana.

La agilidad la da la práctica, la movilización constante. No es necesario inscribirse a una carrera, basta con el hecho de abandonar la comodidad de un sillón, de la cama o de la hamaca, soltar el móvil y el ordenador para disfrutar del paisaje, de la vida, del aire, la lluvia, el sol o la noche.

Nada mejor que retornar a casa a disfrutar de un rico plato de comida y abundante agua, descansar a pierna suelta y soñar con una nueva aventura, para saber que la felicidad y  la salud dependen solamente de ti.

Teo.