martes, 28 de julio de 2020

Pandemia y yo



El título de este relato no tiene nada que ver con la magistral obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Sin embargo, me permite contar lo acontecido con este virus que encontré en mi vida, y aunque no lo quiero tanto como su dueño a Platero, es sin duda un personaje fundamental en mi relato.
Querido coranavirus (aunque lo dudes, eres importante, eres un gran maestro), llegaste a mi vida sorprendiéndome; con tu arribo y el confinamiento exigido, llegaba el tiempo largamente aguardado de convivir con la familia, arreglar la casa y poner en orden todo aquello que alguna vez postergué. Leí un libro casi cada día, hasta que acabé de leer los que tenía en espera y de repasar aquellos a los que les guardo un cariño especial. Ví muchas series de varias temporadas, y un sinfín de películas. Comí todo aquello que solo me permito comer en vacaciones, puse en práctica habilidades culinarias, de mantenimiento y manualidades que por falta de tiempo, estaban en algún lugar escondidas. Aprendí un poco más de la tecnología y continué con clases en línea, tanto por trabajo, como por estudio.
Con el correr de los días intenté ser fit e inicie rutinas, comida casi saludable y decidí poner chula mi casa. Cuidé del jardín y acicalé a las mascotas. Todo hasta aquí fue ganancia y mejora continua, pero con el transcurso de los días, descubro que la tecnología me parece esclavizante; estoy con ella más horas de las que me gustaría, por trabajo, por estudio y por placer (casi como las 3 veces que engañó Paquita la del barrio).
Ahora recuerdo que no me agradan las rutinas de ejercicios (por eso prefiero las caminatas), la cocina me parece un trabajo interminable, pues los trastes se multiplican indefinidamente. La casa es incapaz de mantenerse limpia con la gente que vive en ella. He comprado tantas cosas en línea, que ya no se dónde achocarlas. Me he cansado de contar los días para salir de nuevo como antes y ya no tener que hacer inmensas colas en el súper para esperar entrar y hacer mi compra en fast track (aunque para pagarla tenga que esperar mucho más tiempo del que cualquiera pueda imaginar). Confieso que he defendido a los que salen a la calle, porque se que muchos deben trabajar para poder llevar algo a su hogar, pero también he criticado a quienes salen para conversar, estar de fiesta o de compras innecesarias.
He sido activa de las redes sociales, pero también me he apagado en ellas. He disfrutado mi tiempo de soledad y el silencio, pero también ansío regresar al bullicio de una ciudad que duerme poco. He regresado a las siestas, pero también al insomnio de tanto pensar y pensar en lo que viene.
Me he alegrado de la primera ola, y me he asustado con las medidas nuevas de confinamiento. He leído todo sobre la pandemia, desde lo científico hasta el impacto económico, de salud, social e histórico. Me acongoja el incremento de casos y me sorprende ver las condiciones de trabajo de quienes están en labores de salud. Me asusta la posibilidad de ser parte de la estadística. Me entristece saber de las personas fallecidas, de lo que se dice de la población y sus hábitos. Me preocupa la economía y la escasez. Me he acercado un poco más a mi fé, pero estoy consciente de que solo cuidándome y haciendo mi parte, podré realmente contribuir a la solución.
¿Qué viviremos juntos para siempre? Pues espero que como en cualquier relación, sepas que todo depende de un hilo, si tú jalas, cedo yo, y si yo jalo, cedes tú, si no deseamos que se rompa. Que para que dos no peleen, con uno que no quiera basta y que debemos respetarnos y amarnos tal como somos.
Nuestra relación no ha sido miel sobre hojuelas, pero debo reconocer que tampoco ha sido violenta. Me has enseñado y aún me enseñas, que traes cosa buenas y malas; que contigo es posible identificar diferencias sociales, culturales y económicas. Que lo importante no es de dónde provienes, quien te creó o quién te envió. Lo importante es que estás y estoy; lo demás depende de los dos o hasta que la muerte nos separe.
Yo.

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