Soñamos con encontrar el amor de
nuestra vida. Ese que leímos en los cuentos
de hadas, vimos en una película o en la lectura de algún libro. Buscamos afanosamente y en esa búsqueda, nos
equivocamos con frecuencia. Solemos
creer que solo aquellos que sobreviven juntos a un matrimonio por muchos años,
son aquellos que lo encuentran. Otras
veces creemos que nos espera en alguna esquina y a veces, con tristeza,
imaginamos que lo perdimos por estar entretenidos en algo o en alguien más.
Nada más erróneo. El amor de tu vida siempre has sido, eres y
serás tú mismo. Cuando logras entenderlo,
es que puedes dar amor a los demás. ¿Cuántos crímenes se han dado y se darán
por la desdicha de buscar en otros lo que está dentro de tí?
Recuerdo el cuento de “El Pájaro
Azul” de Rubén Darío, que leí cuando adolescente y que entonces me pareció una
historia linda y nada más. Con las vueltas que da la vida, busqué y busqué sin
encontrar lo que en mí está.
Confieso que ha sido difícil. He
caído en la utopía común muchas veces, pero ha valido la pena, porque me he
encontrado, aunque esto haya sido en mis últimos años de vida. Como dice el refrán “más vale tarde que nunca”. No se puede dar lo que no se tiene; se puede
amar a alguien más, sólo si te amas a ti mismo. La teoría del reflejo, abordada
actualmente por el coaching, no es más que la paráfrasis de una ley escrita en
el libro más antiguo de la humanidad.
Teo lo sabe. Es por eso que se
busca en el reflejo del agua una y otra vez, para recordarse a sí mismo lo bello
y especial que es; sólo así puede amar un poquito a sus humanos, para
recordarles que el amor está dentro de cada quien, que el amor de tu vida eres
y has sido siempre, tú mismo.
Yo.
Yo.
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